Hoy 22 de abril 2020, miércoles de la 2da. Semana de PASCUA
Proclamamos el Evangelio según San Juan 3, 16 - 21.
Reflexión
Tanto
amó Dios al mundo que dio su Hijo único. Este mansaje
que nos trae el Hijo único desde el cielo no puede quedar en nuestros corazones
debe ser proclamado a todo el mundo.
El que lo cree y cambia su vida se salvará. Respetamos, por la libertad
que Dios ha dado a cada persona, si éste mansaje de gozo es ridiculizado y
hasta rechazado y hasta prohibido pero no podemos callarnos. Nuestro anuncio
debe ser acompañado por un estilo de vida que corresponde al mensaje nos decía
el Papa Benedicto XV en su carta “máximum illud” del año 1919.
Nosotros amamos lo que queremos y deseamos, lo que necesitamos y lo que nos hace bien. Dios, en cambio, no necesita nada y a nadie porque está feliz en sí mismo: el Padre con el Hijo en el Espíritu Santo. Y por lo que es el amor por esencia no queda encerrado en sí mismo sino se abre y comparta su felicidad. El amor busca el bien de la otra persona así es en Dios y así es cuando Dios sale de sí mismo para compartir su vida feliz con nosotros. Dios no recibe, Dios regala; regala no algo, se entrega a sí mismo en la persona del Hijo único. En la vida de la Santísima Trinidad el Padre se da a sí mismo totalmente al Hijo, se vacía en el Hijo, lo da todo lo que Él es: la luz, la vida, la verdad, la majestad, todo el poder. El Hijo recibe todo su ser del Padre desde la eternidad y en un acto de amor se le devuelve todo. Es todo un dar y recibir y devolver mirando el uno al otro en el amor que es la tercera persona, el Espíritu Santo.
Y para compartir su vida de Dios uno y trino,
el Hijo de Dios según el plan del Padre se da como don a nosotros y se hace
hombre en la Encarnación por obra y gracia del Espíritu Santo en la Virgen
María. No se puede imaginarse un don mayor que este, un don que requiere una
respuesta digna por parte de nosotros.
San Ignacio de Loyola, en la meditación
conclusiva de los “Ejercicios Espirituales”, expresa esta respuesta con estas
palabras: “Tomad, Señor, y recibid: toda mi libertad, mi memoria, mi
entendimiento y toda mi voluntad. Todo mi haber y mi poseer: Vos me lo disteis.
A Vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad.
Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.”
Es un intercambio santo. Los santos lo han vivido en grado heroico. El hombre se da totalmente a Dios, como Dios se entrega a él. Así que puede fluir toda la gracia, todo el gozo y la alegría a pesar de todo sufrimiento. Lo que Dios entrega no es nunca un don de muerte, sino de vida. Vivamos, por tanto, con Dios y en Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo en el amor del Espíritu Santo.
Este tiempo de la cuarentena, formemos Iglesia en casa.
El evangelio es alegría. ¡Anúncialo! Y les
bendigo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
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