sábado, 25 de julio de 2020

El que tiene a Dios, lo tiene todo


26 de julio 2020, decimoséptimo Domingo durante el año litúrgico.
Proclamamos el Evangelio según san Mateo 13, 44 - 52. 
Gloria a ti, Señor.    
     

Palabra del Señor, gloria a ti Señor Jesús


VENDE TODO LO QUE TIENE Y COMPRA EL CAMPO

El Evangelio de hoy, queridos oyentes, nos trae tres parábolas: el tesoro escondido, la perla fina y la red barredera que recoge toda clase de peces. Y termina con la explicación de las parábolas. La palabra “tesoro” es una palabra mágica que suscita imágenes misteriosas. Leyendas como el Gran Paititi, el tesoro de oro de los incas, y fabulas giran alrededor de tesoros escondidos y despiertan el deseo de encontrarlo para ser feliz. Para eso cuántos hombres han dejado su casa y su familia en búsqueda de la fortuna imponiéndose toda clase de privaciones. Tienen ante su vista un único objetivo: encontrar el tesoro fabuloso que les hace aguantar peligros graves en la esperanza que al encontrar el tesoro pueden liberarse de todas las molestias y preocupaciones para el resto de su vida.

Jesús habla de esta clase de tesoro. Alguien tiene esa suerte y lo halla casualmente; reconoce su valor y cava más hondo para esconderlo. Se llena de alegría y luego hace algo que a sus amigos y vecinos que le observan, les hace menear la cabeza porque les parece una locura: Vende todo lo que tiene: su casa, sus animales, sus herramientas, los muebles, la ropa, frazadas, las ollas, los enseres todos. Es que necesita vender todo para conseguir el dinero y poder comprar el terreno, donde está escondido el tesoro. Este requiere una inversión alta, mejor dicho una inversión total porque  vale muchísimo más que todas sus pertenencias. Y lo raro a la vista de sus familiares y vecinos es que lo hace con mucha alegría; parece que se ha vuelto loco. 

Y en verdad es la inmensa alegría de haber encontrado el tesoro que le induce a la inversión de todas sus cosas. No se calcula con la mente fría porque todo lo que tiene no es nada en comparación del tesoro escondido. Este tesoro es el Reino de Dios o en otras palabras, es Dios mismo en persona. El que ha encontrado a Dios mediante las palabras de Jesús, es capaz de renunciar con alegría a todo lo demás. Ha encontrado la verdad y la vida. El que tiene a Dios, lo tiene todo. O como decía Santa Teresa de Jesús: “Solo Dios basta”. Nuestra mentalidad mundana con el temor de perder algo nos hace tropezar una y otra vez y perdemos a Dios y así todo.

La parábola de la perla fina forma con la anterior una doble parábola sobre el mismo tema. Sin embargo trae matices nuevos. Aparte del valor enorme suscita la idea de una extraordinaria e inmaculada belleza. El Reino de Dios no es solamente el mayor valor que existe, sino también lo más bello, hermoso y perfecto que se puede conseguir. El otro aspecto es que en la parábola del tesoro escondido se muestra la buena suerte de una persona por casualidad en su trabajo agotador y diario. O sea se trata de personas cansadas y agobiadas que por suerte se encuentran con Jesús sin el afán ni la intención de encontrar un tesoro que vale la pena de dejar todo. Aquí se trata de una persona que busca con todo el corazón, pensamiento y deseo lo bello y verdadero, como Nicodemo, que viene a buscar a Jesús (Juan3, 1ss). Acá se habla de un comerciante experto en joyas. Nunca había encontrado  una perla tan fina y preciosa. Sin hacer cálculos va a vender cuanto tiene en su negocio para adquirir esta perla. Sabe que esta perla recompensará la inversión. El corazón del hombre se queda intranquilo, hasta que encuentra el “tesoro” o “la perla”. San Agustín lo describe en sus Confesiones: “Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Pero cuando ha encontrado la perla fina, está dispuesto a entregarlo todo por causa de este único objeto tan valioso. Jesús no suaviza en nada, pero muestra el atractivo y la alegría que produce el hallazgo de la SALVACIÓN. Cuando lo hemos encontrado, hemos de procurar permanecer con la fascinadora alegría del descubrimiento. Cuando nos dedicamos a la búsqueda, no podemos descansar hasta haber encontrado lo que buscábamos. Estas dos parábolas nos hablan del tiempo presente, de la oferta que Dios le hace al hombre por el Mesías.

La parábola de la red barredera, que sigue, nos habla del tiempo futuro. Se echa al lago una red que se extiende entre dos barcas y así es arrastrado un buen trecho. Al estar llena la red se la saca a la tierra para revisar el resultado. La red barredera recoge pues peces y fruta del mar de toda clase y calidad. Hay que saber que la Escritura clasifica entre peces y animalitos puros e impuros, es decir comestibles y otros que no sirven. Así que hay que separar los buenos que se recogen en canastas y los malos que se echan afuera. El Hijo del hombre, el Mesías y Salvador, es el gran pescador a quién nadie se escapa. Al final revisa la pesca para separar y guardar lo que sirve y echar afuera los malos. Obvio que habla del juicio final cuando “dará a cada uno conforme su conducta” (16, 27). Nosotros podemos equivocarnos al ver y juzgar. El Hijo de Dios conoce los corazones lo hará con justicia, misericordia y santidad.

En este mes oremos también por la Iglesia Diocesana de Sucre, la primera de Bolivia:” Te damos gracias Señor y te alabamos por la diócesis de Sucre Haz que, unidos  por la Palabra y la Eucaristía, y llenos del Espíritu Santo, vivamos con alegría la fe que nos hace Iglesia y nos convoca a vivir en comunidad”. “Somos Iglesia  sinodal en salida misionera” (lema)

 El Papa pide orar por nuestras familias para que sean acompañadas con amor, respeto y consejo. Rezamos: ¡Oh preciosísima sangre de Cristo, sangre de nuestra salvación!   ¡Sálvanos a nosotros, a nuestras familias, y al mundo entero!

El Evangelio es alegría. ¡Anúncialo! Y la Bendición del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y sus familias y les acompañe hoy y siempre.

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