miércoles, 6 de mayo de 2020

EL QUE RECIBE A MI ENVIADO, ME RECIBE A MÍ.


" Y el que a mí recibe, recibe al que me ha enviado”

                                                                                                                                Foto: El Rincón Espiritual

7 de mayo 2020, jueves de la 4ta. Semana de PASCUA, proclamamos el Evangelio según san Juan 13, 16 - 20. 

Gloria a ti, Señor.    
         


EL QUE  RECIBE A MI ENVIADO, ME RECIBE A MÍ.

Queridos oyentes, con el capítulo 13 de su evangelio de hoy, San Juan nos lleva nuevamente a la sala de la última Cena. Jesús acaba de lavar los pies de sus apóstoles. Luego les explicó lo que quería enseñarles: “Les he dado ejemplo para que háganlo mismo que yo hice con ustedes.”  (v. 15). El servicio humilde, el amor que se pone a servir hasta la entrega de su vida. Lavar los pies era el servicio no de cualquier servidor sino de un esclavo. Por eso para Pedro era una humillación del Señor que no quería permitir. Yo interpreto éste signo con el perdón que necesitamos del Señor, porque así lo dijo Jesús a Pedro “Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”. Porque si no recibimos el perdón no podemos perdonar. Perdonar de corazón es una manera de morir al egoísmo y orgullo del hombre viejo.

Jesús perdonó también a su traidor al lavar sus pies, sabiendo lo que tenía planificado en su corazón. Seguramente se acordó del Salmo 41, 10: “Incluso mi amigo, en quien confiaba, y que compartía mi pan me pone zancadillas.” Esto es para los orientales un crimen: traicionar con quien comparte el pan y la sal en la comida. Esto, según el sentir de los orientales, merece la muerte. El  satanás lo empujó luego a ese otro crimen de ahorcarse. Es que no quería y por eso podía aceptar el perdón del Señor. Jesús quería experimentar el sufrimiento amargo lo que toca experimentar y sufrir a tantas personas, la vil traición por una persona amiga. Lo hizo también para que los otros once apóstoles no duden de la grandeza de su llamado y no se retracten de su misión.

Jesús advierte a sus “enviados”, que es la traducción de la palabra griega “apóstol”,  los advierte del orgullo en su misión. OJO. El enviado no es mayor que él que lo envía. Ellos deben sentirse como servidores o mejor según la palabra original “esclavos” del Señor. San Pablo lo comprendió y sintió que Cristo lo “compró y lo liberó con su sangre” por eso inicia varias de sus cartas con esta palabra “esclavo de Cristo” que hoy se traduce con servidor. La cadena con la cruz que llevamos los Obispos es expresión de esta relación de los sucesores de los apóstoles con nuestro Señor Jesucristo, esclavos encadenados.

Al final una palabra hermosa para todos ustedes, queridos oyentes: “El que recibe a mi enviado, me recibe a mí; y el que a mí recibe, recibe al que me ha enviado”. Es decir a su Padre celestial, el Dios todopoderoso, Creador de los cielos y de la tierra, que quiere llegar a nuestros corazones por su Hijo Jesucristo y sus enviados.

¿No les gustaría tener a un enviado en su familia? No solo como huésped sino un hijo de su sangre, de su familia, que siente el llamado de Dios para ser sacerdote.

Papa Francisco nos invita en este mes de mayo a meditar con el corazón de María en el rosario los misterios de nuestra salvación. Hoy jueves toca meditar los misterios luminosos. Oremos por las vocaciones a la vida sacerdotal, religiosa y misionera.     
                                                   
El Evangelio es alegría. ¡Anúncialo! Y la bendición del Dios uno y trino, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo descienda sobre ustedes.

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