HISTORIA
La
Jornada Mundial de la Comunicación Social se viene celebrando en la Iglesia desde 1967
y fue instituida por expresa voluntad del Concilio Vaticano II. Se celebra en
numerosos países, por
recomendación de los
obispos del mundo (Inter Mirífica,
Art. 18; Instrucción
Pastoral Comunión y
Progreso Nos. 100 y 167).), el domingo anterior a la fiesta de Pentecostés, que en 2015 será el 17 de mayo. El Mensaje del
Santo Padre para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales se publica
tradicionalmente con ocasión de la
festividad de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas (24 de enero)
Fuente: Catholic
SANTO DE
LOS COMUNICADORES SOCIALES
El 24 de
Enero se celebra a San Francisco de Sales, patrono de la prensa
católica. San
Francisco de Sales nació en
Thorens-Glières
(Francia) el 21 de agosto de 1567 en una antigua y noble familia.Francisco de
Sales fue beatificado en 1662 y tres años después canonizado por el Papa Alejandro VII. Marco Ventura
lo representa con el estilo de una vidriera antigua, con la pluma en la mano,
como patrono de periodistas y escritores y esta es precisamente la imagen
escogida para el sello
Fuente: AciPrensa
MENSAJE del Papa Francisco por la
54° JORNADA MUNDIAL de las COMUNICACIONES SOCIALES
Para que puedas contar y grabar en la memoria (cf. Ex 10,2)
La vida se
hace historia
Quiero dedicar el Mensaje de este año al tema de la narración, porque
creo que para no perdernos necesitamos respirar la verdad de las buenas
historias: historias que construyan, no que destruyan; historias que ayuden a
reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos. En medio de la
confusión de las voces y de los mensajes que nos rodean, necesitamos una
narración humana, que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos. Una
narración que sepa mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura; que
cuente que somos parte de un tejido vivo; que revele el entretejido de los
hilos con los que estamos unidos unos con otros.
1. Tejer historias
El hombre es un ser narrador. Desde la infancia tenemos hambre de
historias como tenemos hambre de alimentos. Ya sean en forma de cuentos, de
novelas, de películas, de canciones, de noticias..., las historias influyen en
nuestra vida, aunque no seamos conscientes de ello. A menudo decidimos lo que
está bien o mal hacer basándonos en los personajes y en las historias que hemos
asimilado. Los relatos nos enseñan; plasman nuestras convicciones y nuestros
comportamientos; nos pueden ayudar a entender y a decir quiénes somos.
El hombre no es solamente el único ser que necesita vestirse para cubrir
su vulnerabilidad (cf. Gn 3,21), sino que también es el único ser que necesita
“revestirse” de historias para custodiar su propia vida. No tejemos sólo ropas,
sino también relatos: de hecho, la capacidad humana de “tejer” implica tanto a
los tejidos como a los textos. Las historias de cada época tienen un “telar”
común: la estructura prevé “héroes”, también actuales, que para llevar a cabo
un sueño se enfrentan a situaciones difíciles, luchan contra el mal empujados
por una fuerza que les da valentía, la del amor. Sumergiéndonos en las
historias, podemos encontrar motivaciones heroicas para enfrentar los retos de
la vida.
El hombre es un ser narrador porque es un ser en realización, que se
descubre y se enriquece en las tramas de sus días. Pero, desde el principio,
nuestro relato se ve amenazado: en la historia serpentea el mal.
2. No todas las historias son buenas
«El día en que comáis de él, [...] seréis como Dios» (cf. Gn 3,5). La
tentación de la serpiente introduce en la trama de la historia un nudo difícil
de deshacer. “Si posees, te convertirás, alcanzarás...”, susurra todavía hoy
quien se sirve del llamado storytelling con fines instrumentales. Cuántas
historias nos narcotizan, convenciéndonos de que necesitamos continuamente
tener, poseer, consumir para ser felices. Casi no nos damos cuenta de cómo nos
volvemos ávidos de chismes y de habladurías, de cuánta violencia y falsedad
consumimos. A menudo, en los telares de la comunicación, en lugar de relatos
constructivos, que son un aglutinante de los lazos sociales y del tejido
cultural, se fabrican historias destructivas y provocadoras, que desgastan y
rompen los hilos frágiles de la convivencia. Recopilando información no
contrastada, repitiendo discursos triviales y falsamente persuasivos,
hostigando con proclamas de odio, no se teje la historia humana, sino que se
despoja al hombre de la dignidad.
Pero mientras que las historias utilizadas con fines instrumentales y de
poder tienen una vida breve, una buena historia es capaz de trascender los
límites del espacio y del tiempo. A distancia de siglos sigue siendo actual,
porque alimenta la vida. En una época en la que la falsificación es cada vez
más sofisticada y alcanza niveles exponenciales (el deepfake), necesitamos
sabiduría para recibir y crear relatos bellos, verdaderos y buenos. Necesitamos
valor para rechazar los que son falsos y malvados. Necesitamos paciencia y
discernimiento para redescubrir historias que nos ayuden a no perder el hilo
entre las muchas laceraciones de hoy; historias que saquen a la luz la verdad
de lo que somos, incluso en la heroicidad ignorada de la vida cotidiana.
3. La Historia de las historias
La Sagrada Escritura es una Historia de historias. ¡Cuántas vivencias,
pueblos, personas nos presenta! Nos muestra desde el principio a un Dios que es
creador y narrador al mismo tiempo. En efecto, pronuncia su Palabra y las cosas
existen (cf. Gn 1). A través de su narración Dios llama a las cosas a la vida
y, como colofón, crea al hombre y a la mujer como sus interlocutores libres,
generadores de historia junto a Él. En un salmo, la criatura le dice al
Creador: «Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy
gracias porque son admirables tus obras [...], no desconocías mis huesos.
Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la
tierra» (139,13-15). No nacemos realizados, sino que necesitamos constantemente
ser “tejidos” y “bordados”. La vida nos fue dada para invitarnos a seguir
tejiendo esa “obra admirable” que somos. En este sentido, la Biblia es la gran
historia de amor entre Dios y la humanidad. En el centro está Jesús: su historia
lleva al cumplimiento el amor de Dios por el hombre y, al mismo tiempo, la
historia de amor del hombre por Dios. El hombre será llamado así, de generación
en generación, a contar y a grabar en su memoria los episodios más
significativos de esta Historia de historias, los que puedan comunicar el
sentido de lo sucedido.
El título de este Mensaje está tomado del libro del Éxodo, relato
bíblico fundamental, en el que Dios interviene en la historia de su pueblo. De
hecho, cuando los hijos de Israel estaban esclavizados clamaron a Dios, Él los
escuchó y rememoró: «Dios se acordó de su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob.
Dios se fijó en los hijos de Israel y se les apareció» (Ex 2, 24-25). De la
memoria de Dios brota la liberación de la opresión, que tiene lugar a través de
signos y prodigios. Es entonces cuando el Señor revela a Moisés el sentido de
todos estos signos: «Para que puedas contar [y grabar en la memoria] de tus
hijos y nietos [...] los signos que realicé en medio de ellos. Así sabréis que
yo soy el Señor» (Ex 10,2). La experiencia del Éxodo nos enseña que el
conocimiento de Dios se transmite sobre todo contando, de generación en
generación, cómo Él sigue haciéndose presente. El Dios de la vida se comunica
contando la vida.
El mismo Jesús hablaba de Dios no con discursos abstractos, sino con
parábolas, narraciones breves, tomadas de la vida cotidiana. Aquí la vida se
hace historia y luego, para el que la escucha, la historia se hace vida: esa
narración entra en la vida de quien la escucha y la transforma.
No es casualidad que también los Evangelios sean relatos. Mientras nos
informan sobre Jesús, nos “performan”[1] a Jesús, nos conforman a Él: el
Evangelio pide al lector que participe en la misma fe para compartir la misma
vida. El Evangelio de Juan nos dice que el Narrador por excelencia —el Verbo,
la Palabra— se hizo narración: «El Hijo único, que está en el seno del Padre,
Él lo ha contado» (cf. Jn 1,18). He usado el término “contado” porque el
original exeghésato puede traducirse sea como “revelado” que como “contado”.
Dios se ha entretejido personalmente en nuestra humanidad, dándonos así una
nueva forma de tejer nuestras historias.
4. Una historia que se renueva
La historia de Cristo no es patrimonio del pasado, es nuestra historia,
siempre actual. Nos muestra que a Dios le importa tanto el hombre, nuestra
carne, nuestra historia, hasta el punto de hacerse hombre, carne e historia.
También nos dice que no hay historias humanas insignificantes o pequeñas.
Después de que Dios se hizo historia, toda historia humana es, de alguna
manera, historia divina. En la historia de cada hombre, el Padre vuelve a ver
la historia de su Hijo que bajó a la tierra. Toda historia humana tiene una
dignidad que no puede suprimirse. Por lo tanto, la humanidad se merece relatos
que estén a su altura, a esa altura vertiginosa y fascinante a la que Jesús la
elevó.
Escribía san Pablo: «Sois carta de Cristo [...] escrita no con tinta,
sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas
de corazones de carne» (2 Co 3,3). El Espíritu Santo, el amor de Dios, escribe
en nosotros. Y, al escribir dentro, graba en nosotros el bien, nos lo recuerda.
Re-cordar significa efectivamente llevar al corazón, “escribir” en el corazón.
Por obra del Espíritu Santo cada historia, incluso la más olvidada, incluso la
que parece estar escrita con los renglones más torcidos, puede volverse
inspirada, puede renacer como una obra maestra, convirtiéndose en un apéndice
del Evangelio. Como las Confesiones de Agustín. Como El Relato del Peregrino de
Ignacio. Como la Historia de un alma de Teresita del Niño Jesús. Como Los
Novios, como Los Hermanos Karamazov. Como tantas innumerables historias que han
escenificado admirablemente el encuentro entre la libertad de Dios y la del
hombre. Cada uno de nosotros conoce diferentes historias que huelen a
Evangelio, que han dado testimonio del Amor que transforma la vida. Estas
historias requieren que se las comparta, se las cuente y se las haga vivir en
todas las épocas, con todos los lenguajes y por todos los medios.
5. Una historia que nos renueva
En todo gran relato entra en juego el nuestro. Mientras leemos la
Escritura, las historias de los santos, y también esos textos que han sabido
leer el alma del hombre y sacar a la luz su belleza, el Espíritu Santo es libre
de escribir en nuestro corazón, renovando en nosotros la memoria de lo que
somos a los ojos de Dios. Cuando rememoramos el amor que nos creó y nos salvó,
cuando ponemos amor en nuestras historias diarias, cuando tejemos de
misericordia las tramas de nuestros días, entonces pasamos página. Ya no
estamos anudados a los recuerdos y a las tristezas, enlazados a una memoria
enferma que nos aprisiona el corazón, sino que abriéndonos a los demás, nos
abrimos a la visión misma del Narrador. Contarle a Dios nuestra historia nunca
es inútil; aunque la crónica de los acontecimientos permanezca inalterada,
cambian el sentido y la perspectiva. Contarse al Señor es entrar en su mirada
de amor compasivo hacia nosotros y hacia los demás. A Él podemos narrarle las
historias que vivimos, llevarle a las personas, confiarle las situaciones. Con
Él podemos anudar el tejido de la vida, remendando los rotos y los jirones.
¡Cuánto lo necesitamos todos!
Con la mirada del Narrador —el único que tiene el punto de vista final—
nos acercamos luego a los protagonistas, a nuestros hermanos y hermanas,
actores a nuestro lado de la historia de hoy. Sí, porque nadie es un extra en
el escenario del mundo y la historia de cada uno está abierta a la posibilidad
de cambiar. Incluso cuando contamos el mal podemos aprender a dejar espacio a
la redención, podemos reconocer en medio del mal el dinamismo del bien y
hacerle sitio.
No se trata, pues, de seguir la lógica del storytelling, ni de hacer o
hacerse publicidad, sino de rememorar lo que somos a los ojos de Dios, de dar
testimonio de lo que el Espíritu escribe en los corazones, de revelar a cada
uno que su historia contiene obras maravillosas. Para ello, nos encomendamos a
una mujer que tejió la humanidad de Dios en su seno y —dice el Evangelio—
entretejió todo lo que le sucedía. La Virgen María lo guardaba todo,
meditándolo en su corazón (cf. Lc 2,19). Pidamos ayuda a aquella que supo
deshacer los nudos de la vida con la fuerza suave del amor:
Oh María, mujer y madre, tú tejiste en tu seno la Palabra divina, tú
narraste con tu vida las obras magníficas de Dios. Escucha nuestras historias,
guárdalas en tu corazón y haz tuyas esas historias que nadie quiere escuchar.
Enséñanos a reconocer el hilo bueno que guía la historia. Mira el cúmulo de
nudos en que se ha enredado nuestra vida, paralizando nuestra memoria. Tus
manos delicadas pueden deshacer cualquier nudo. Mujer del Espíritu, madre de la
confianza, inspíranos también a nosotros. Ayúdanos a construir historias de
paz, historias de futuro. Y muéstranos el camino para recorrerlas juntos.
Roma, junto a San Juan de Letrán, 24 de enero de 2020, fiesta de san
Francisco de Sales.
FRANCISCUS
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